lunes, 15 de octubre de 2012

DE NUEVO LA ESPERA (ESPERANDOTE 2)

Derrotado, perdiendo la capacidad de escribir,




se me rompe una mina, se me mojan las hojas, y no hago más que observar por la ventana.



Llueve, de manera tétrica, y en la calle desolada una mujer pierde su paraguas.



Una niña corre a casa esquivando algunos charcos de manera imposible, el taxi no le frena a aquella muchacha que desconsoladamente solo atina a sonreír, empapada.



Observo detenido un perro que hace caso omiso al diluvio, como si nada, ni busca refugio.



Y sigo aquí adherido al cristal, por suerte, adherido al malhumor de la mañana gris.



desempolvando cartas viejas, para que alguna tiñe quizás de tu rostro mis finos párpados.



Pero es inútil, cuasi-infantil, la lluvia no cesa, incluso aumenta, y no oigo ni siquiera mis propios pasos.



La chapa resuena, al compás de las copas de los arboles que se hamacan, tambaleándose, frágiles, como mi memoria, como la imagen que dibuje de tu cuerpo en mi espejo, como el nombre que de mi boca se suicida, arrojándose a los azulejos, fríos de hecho, perdiéndose en los zócalos de mi comedor.



El mismo perro sigue girando sin casa, sin problemas, sin necesidad de amanecer.



Cambió mi lápiz, afino mi cabeza, le saco punta a mi nostalgia para que me corte el rostro, y me dispongo a hacer nada, con total dedicación, con aguda perseverancia, y sin perder la convicción.



La muerte está lejos, casi sin ganas de aceptar mi invitación, hace ratos que me abandonó tras los paredones de un bar una noche de curda y batallas en las que no hice mas que plantar bandera blanca. No responde a mis llamados, ni me cruza por casualidad.



La soledad ya se aburrió de acompañarme, acusó tener mejores pasatiempos y se fue sin decir adiós.



Sólo quedó conmigo, la terrible presencia de mi yo que ni capacidad tuvo de conciliar al ello con mi súper yo y desde entonces me acompaña, sin deseos inconscientes, sin placer y con la defensa mas baja que la de Gregorio Samsa.



Muerdo la mentira, que no hace más que convencerme, de que allí estás tras las cortinas de agua que desde las tejas se resbalan casi sin querer. Las gotas parecen delatarte, retratarte, pero más miedo da la lluvia que la ausencia y me quedo en casa, seco, desarriesgado, inútil, pero seco al fin.



En la tele dicen que se ha muerto un presidente, pero no hablan de nadie más, que poco trabajo tiene la parca, y sigue sin atenderme el teléfono. Hay un puente cortado, y un río desbordado más allá. Tu nombre sigue sin aparecerme, el abecedario se me olvida, y a mi rompecabezas se le extraviaron varias piezas.



Incompleto y torpe me preparo el almuerzo, saltándome el desayuno y pretendiendo olvidar la cena,



sobre todo si tu plato hace rato cayó desde la mesa, y nunca lo pude reconstruir.



El microondas me interpreta y saca rápido mi comida, sabe que las ganas de esperar hace tiempo que ya no tienen ganas.



Prendo un cigarrillo, analizo las bocanadas como si tuvieran importancia, busco sentido para algo debajo de la almohada del sillón, y no hallo mas que unas monedas sin valor, un juguete viejo, y papeles indoloros, pero nada que me recuerde a vos.



La tarde imperceptible se posa sobre la ciudad húmeda, ya con apenas rastros de la lluvia, y con un sol que lucha entre las nubes por establecerse alto, con desdén, como si nosotros no lo necesitáramos; y en algo tiene razón, necesito más tu rostro, tus palabras, tus ojos...



Me siento a ver si esta vez las hojas en blanco pueden llegar a necesitarme, cruzo los dedos, vuelvo a tomar el lápiz, baño mis neuronas en un whisky barato y amenazo reinscribir mi vida, pero sólo consigo repetirme, aburrirme de mis historias viejas, vaciar la tinta y mi sed, vaciar el sueño, la agonía, y ni compasión me tengo. Pueril, ignoto, casi tonto, burdo y desconfiado hasta de mi.



Amago con dormirme una siesta, pero los sueños no desean que yo interprete el papel principal, me dan unas lineas incongruentes, que de nada hacen mella en la historia, obligo al menos respeto, se ríen, se burlan y me mandan a orinar, otro hombre más apuesto, más elocuente y risueño ha tomado mi lugar, la ira me convence de volverme, y entre saltos y gritos recibo una paliza, agacho la cabeza y me despierto, sudoroso dan las diez, la noche se me presenta como un cuadro de Van Gogh, alarmante a punto de colisionar, abrumadora, pujante, espasmódica. A punto estaba yo de desmayar, cuando la puerta se abre, una voz dulce me dice que ha llegado, me arrojo en sus brazos, la maldigo por haberme abandonado, le ruego no lo vuelva a hacer, perpleja me mira, dice que como de costumbre sólo a ido al trabajo, que solo han pasado unas diez horas entre la labor, los colectivos y el almuerzo con amigas, yo la miro incrédulo, pregunto si eso es verdad, me mira impaciente, yo entiendo que de eso se trata, me sonrojo, me aparto unos centímetros, me excuso por exagerar y el explico que me cuesta estar sin ella, y complaciente me abraza, me besa, me acaricia el rostro y nos disponemos a cenar.

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