viernes, 22 de enero de 2010

El tiempo

El tiempo más que una larga espera fue un trampolín
que me elevo a tu presencia.
Fue un impulso más bien lento, que me preparó de a poco
armó de valor a este hombre cobarde, sin agallas,
para arremeter contra su propia voluntad y desgarrarte las ropas
El tiempo fue una agonía, de no saberte existente y desearte como a una utopía
fue un paréntesis de vida, eterna por cierto
que me desesperó. me desangró, me envolvió de ausencia.
Y todo pasó, las estaciones, los verbos conjugados pretéritamente,
las banalidades, los aromas, la lluvia, el colectivo que cruzaba tu calle.
El sonido de las bayonetas, el silencio que asesinaba.
Las emboscadas de alguna muchacha desesperada, y tu nombre desvanecía.
Se ahogaba en mi garganta como un susurro débil e invisible
Y yo me ahogaba en botellas de un vino viejo, desojando margaritas y madrugadas,
envolviéndome en mentiras propias y ajenas para aliviar una pena sin cura, un deseo inconcluso, como la mayoría de los deseos de esta tierra desterrada.
Exilié el corazón para cruzar tu frontera, y quedé sin patria ni besos,
errante como un caballo en libertad, sin dueño, ni senderos, sin futuro, ni pasado,
sin faro, y sin memoria, con una imagen de tus ojos como bandera, y un sueño de tus labios como esperanza.
El tiempo ese que derrotó mis ganas, me trajo de nuevo, golondrina de verano, emigrando y regresando, como quién dejó la puerta entreabierta por si algún día se arrepintiese y decidiera volver donde alguna vez supo reír sin compromiso ni razones.
Ese bendito sustantivo intangible, el tiempo



Marcos Pascuan